

Lleva el nombre de la diosa del triunfo, el triunfo en una batalla que ahora mira desde lejos. Victoria Ortiz tiene 16 años y cualidades para llegar adonde se proponga. Inquieta, espontánea y con una madurez muy por encima de lo que se presupone a una joven de su edad, relata con franqueza un episodio de su vida en el que tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para hacer frente a un linfoma de Hodgkin.
Entonces todo cambió para ella sin previo aviso. Sus preocupaciones anodinas, habituales en cualquier adolescente, desaparecieron a causa de un terremoto que lo puso todo patas arriba. «No fui consciente de nada hasta que entré en la planta de oncología del Materno. En ese momento se me cayó el mundo».
«Fueron meses muy duros», relata sin titubeos, «de momento cambian tus prioridades, tu manera de ver la vida. Al principio lo sobrellevé mejor, pero llegó un momento que me encerré en mí misma. No entendía porqué a mi y porqué ahora».
Sus compañeras de planta y de batalla, ahora ya amigas, fueron su gran apoyo. «Son una segunda familia para mí. Cuando no quería salir de mi habitación, me animaban viendo películas o pidiendo pizza. Cosas habituales para cualquier adolescente que allí te impulsan a seguir».
El cambio físico fue otro escollo que tuvo que superar. «Fue duro, evitaba mirarme al espejo. Impresiona mucho tanto para ti como para las personas de tu alrededor». Su madre, apoyo incondicional durante todo el proceso, la acompañó en casa paso. «Mirábamos juntas tutoriales en internet sobre las distintas formas de ponerme el pañuelo porque no teníamos ni idea y tiene su complicación, al principio quedaba peor, pero después nos hicimos expertas», rememora con simpatía.
Junto a toda su familia y amigos, los trabajadores de la planta del hospital se tornaron imprescindibles en su día a día. «Hubo épocas que pasaba más tiempo allí que en mi casa. Las enfermeras, médicos y auxiliares te animan, te sacan una sonrisa y te hacen todo más llevadero».
La visión de una adolescente
Más allá de la complejidad que entraña todo el proceso en sí mismo, vivirlo desde los ojos de una adolescente es aún más delicado. «Cuando eres niño lo olvidas, pero a partir de los 10 u 11 años en adelante sabes que es algo que te va acompañar toda la vida y recordarás cada momento». Además, relata que es una edad difícil para vivir en el hospital. «Normalmente estas plantas están enfocada a niños pequeños. Tanto la sala de juegos como los voluntarios o animadores hacen actividades que por lo general no están destinadas a los adolescentes».
Por ello, explica que es importante que se tenga en cuenta esta franja de edad. «En un hospital de Sevilla van a crear una planta oncológica para jóvenes de entre 16 y 20 años y es algo que después de haberlo vivido, creO que es muy necesario». Aquí destaca la labor de los voluntarios que van a visitarlos. «Su labor es muy valiosa porque lo hacen sin esperar nada a cambio». Aquí menciona a Sandra, una chica que conoció a través de las redes sociales voluntaria de una asociación en Málaga. «Recauda dinero que después destina a pacientes oncológicos, da charlas e información sobre la necesidad de la donación de médula, visibiliza el cáncer infantil y la necesidad de invertir en investigación».
También aquí habla de la Fundación Oncológica Infantil Extremeña ICARO y la asociación 'Garabato', con la que colabora activamente. «Organizan campañas en la que participamos todos. Ahora con la pandemia han creado unas mascarillas y porta mascarillas con dibujos que hemos hecho nosotros mismos. Cada una lleva un diseño nuestro y lo que se recaude va destinado a la planta de oncología del Materno».
Además, explica, que van a diseñar batas y pijamas para los trabajadores y pacientes de allí. «A muchos niños les aterra el hospital y las batas blancas las asocian al miedo. Por ello, se elaboran dibujos y diseños para que los pijamas sean de colores y así hacer más llevadero el trance a los más pequeños». Gestos que, por experiencia dice, allí suponen un mundo.
Ganas de vivir
Tras vivir meses de mucha incertidumbre y miedo, un día le dijeron que los resultados habían salido bien. «En ese momento tienes muchas ganas de vivir, ya no eres la misma que cuando empezó todo. Quieres volver a tu rutina y a tu vida, estar con tus amigas. Por eso quería incorporarme al instituto cuanto antes». Vuelta que se vio truncada por la llegada de la pandemia. «Apenas pude ir a clase una semana, cuando se suspendieron».
Entonces, afirma, que el mundo entero comenzó a vivir una realidad que a ella le sonaba mucho. «Cuando estás recibiendo el tratamiento las defensas te bajan, eres vulnerable y no puedes coger ningún virus. Vives con miedo, con mascarilla e incluso periodos de aislamiento. Algo que desde marzo del año pasado han vivido millones de personas por el coronavirus».
La pandemia asegura que además de cambiar la forma de entender muchas cosas, ha normalizado aspectos que antes no se consideraban. «Como no podía asistir a clase cuando estaba con el tratamiento, mi madre contrató a una profesora para que viniera a casa. Me examinabadelante de ella y aunque sacara notas altas, muchos profesores solo me ponían un 5 en la evaluación. Yo entiendo que no iba a clase, pero porque no podía, no porque no quisiera y ver después las notas finales me entristecía mucho».
Añade, además, que no contó con demasiadas facilidades. «Algunos profesores me mandaban tareas por correo y contaban conmigo, pero otros no me tenían en cuenta o simplemente no se acordaban. Ahora la crisis sanitaria nos ha demostrado que existen infinidad de métodos para dar clases de manera no presencial. Plataformas, correos, videollamadas etc. En mi instituto veo como a compañeros que están confinados se les conecta durante las clases para que las vean. Es estupendo y ojalá esto sirva de aprendizaje y experiencia para un futuro».
Ordenada, detallista y muy cuidadosa prepara cada noche su mochila y su ropa para levantarse al día siguiente, coger el autobús y llegar hasta el IES Puerta de la Serena. «El año pasado iba a Castuera, pero este curso me cambié a Villanueva porque es donde se imparte el Bachillerato de Arte».
Ilusionada y con un proyecto de futuro se ve de aquí a diez años liderando una empresa de decoración. «Voy a estudiar mucho para entrar en la carrera que quiero. Me motivo con eso e intento valorar todas las oportunidades que se me presentan».
Confiesa que no quiere borrar el pasado, si no extraer lo positivo de aquella etapa. «Si soy como soy ahora mismo es porque eso ha formado parte de mi vida. Me quedo con todo el aprendizaje obtenido y sobre todo con las personas que he conocido».
Por ello, explica que quiere usar su vivencia para ayudar a otras personas. «Me gustaría ser voluntaria en algún hospital para poder tender una mano a aquellas personas que estén pasando por lo mismo que yo pasé».
Sin darnos cuenta la tarde ha caído, comienza a refrescar y damos los últimos retazos de la conversación. Nos despedimos con la sensación de haber bajado de una montaña rusa de momentos y recuerdos compartidos. Un testimonio conmovedor que deja constancia de sus ganas de vivir. Las ganas de vivir de una joven de 16 años, con una tímida sonrisa tras la mascarilla, que baila ballet, dibuja y sueña con ser decoradora.
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